Familia


So don't bother me, man, I ain't got no time
I'm on my way to see that girl of mine
'Cause nothing matters in this whole wide world
When you're in love with a Jersey girl
(Tom Waits, Jersey Girl)


Cosas que hice cuando estaba vivo.

Cuando estaba vivo estuve casado en alguna o varias de mis anteriores reencarnaciones, no sabría decir en cuántas o cuáles.

La gente por aquí, en esta especie de salle d'attente donde parece que estamos sólo de paso, me suele preguntar qué tal me fue, si debieran plantearse el matrimonio en caso de ulteriores reencarnaciones. Conversaciones con un cierto tono macabro considerando nuestra situación, pero yo no tengo pelos en la lengua y les doy mis opiniones. Opiniones de varón, ya que nunca me he reencarnado en mujer. Parece que hay una ley cósmica por la que cada quien se reencarna siempre con el mismo sexo (con la amplitud que el término permite). Hay dos cosas que no cambian durante esas transiciones: el sexo y el momento de inercia. (Gracias, caballero. Habrá un turno de preguntas al final).

Y me dicen cosas como «bueno, ya que tienes experiencia en la materia, ¿qué cualidades te parecen importantes en una potencial esposa?» Y yo siempre contesto lo mismo. Tres cosas: sentido del humor, higiene y conversación. Los adolescentes suelen valorar más otros aspectos, es comprensible. Pero créanme, con sentido del humor, higiene y conversación el resto es irrelevante.

Recuerdo que estuve casado con una ni delgada ni triste, y lo mucho que nos reíamos oyendo las cosas que decían los periodistas en la televisión. El constante uso de muletillas, con frecuencia mal empleadas, era para nosotros causa de gran regocijo: Pavoroso incendio, asestar puñaladas, amasijo de hierros, restañar heridas, (¿Qué coño es «restañar»? ¿Acaso existe esa palabra?) peinar la zona… etc. etc.

Simples en nuestros gustos gastronómicos, compartíamos, por ejemplo, una olla de alubias pintas con oreja mientras veíamos telediarios, con resultados demoledores. Hábitos sencillos, placeres simples, un hogar feliz donde faltaban risas de niños, sean los dioses eternamente loados por ello.




Estábamos muy bien acoplados. Cuando digo esto la gente cree que estoy a punto de hablar de sexo. Pero no. Me refiero a que nos pasaba como a esas chicas que viven juntas y terminan por sincronizar sus ciclos menstruales. Cuando yo tenía cefalea, ella también. Dolores abdominales, lo mismo. Tampoco era de extrañar, con tantas alubias pintas con oreja. Nunca llegamos a presentar abdomen agudo a la vez. Haber sido operados de apendicitis en quirófanos paralelos hubiera sido de un nivel sólo reservado a las élites. Yo me libré del quirófano pero ella no. La perfección no existe.

Y era muy limpia. Por ejemplo, se cortaba las uñas de los pies en el cuarto de baño. (—¿Dónde si no?— me preguntareis. Pues bien, hay gente que se las corta en cualquier parte). Y le pasaba lo de siempre. O un problema de queratinización o unos alicates inadecuados y… ¡ping! allá va la uña. No es que cayera en algún sitio: desaparecía. Entonces usaba técnicas de la policía científica: con una linterna Maglite que le regalé, azul metalizado, pasaba por el suelo un fino rayo de luz horizontal que hacía destacar las alargadas sombras de pequeños objetos. ¡La uña! Y también más cosas. Concretamente todos los residuos de mugre que se acumulan entre una pasada de mocho y la siguiente: Pelusas, uñas (de episodios anteriores), y por los rincones, monedas. Siempre de cinco céntimos. ¿Por qué? ¿Por qué?

Y teníamos largas conversaciones sobre casi cualquier tema. Por ejemplo, ¿es lo mismo roto que descosido? Mucha gente, sobre todo varones de la generación de los babyboomers cree que sí, pero una buena charla ilustrativa nos permitía alcanzar el conocimiento. Un descosido se puede recoser, pero un roto hay que zurcirlo (por dios, que nadie me pregunte ahora la diferencia entre recoser y zurcir) y hoy en día es casi imposible encontrar una buena zurcidora. («¿Por qué "zurcidora" y no "zurcidor o zurcidora"?» pregunta la feminista que siempre está presente en cualquier charla, al acecho de una violación de la neutralidad de género). Me canso, miembros del jurado, me canso. Cambio el enfoque.

Y así transcurría pacíficamente nuestra existencia, hasta que un buen día, la muerte nos reclamó. Por suerte, de forma simultánea.

De modo que, en conclusión, sí, recomiendo el matrimonio, siempre que se den las condiciones indicadas. Todo lo demás es poesía y películas de Hugh Grant.

6 comentarios:

  1. Humor, higiene y conversación. Tres condiciones fundamentales, en efecto. Pero habría que añadir los elementos que no deben darse, como vagancia y egoísmo.
    De todas formas, para estar muerto, es una apreciación muy aguda.

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    1. Incluso vagancia y egoísmo no son tan malos en según qué circunstancias. Bueno, yo me limito a transcribir lo que me dice el tipo ese que me cuenta cosas de cuando estaba vivo.

      Me ha dicho «Todo terminará en Agosto», pero no sé lo que significa.

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    2. Oh, oh. Pues espero que no signifique lo que me ha parecido a mí que significa.

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    3. Pues sí, significa exactamente eso.

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  2. Menos mal que tengo El gran Meaulnes para sobrellevar el disgusto...

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