Pismo Beach Disaster Relief



"Los polos se derriten, Leonard. En el futuro saber nadar podría no ser opcional"
(Sheldon Cooper, "The Big Bang Theory", Warner Bros. Television)


Cosas que hice cuando estaba vivo.

Solía nadar. En el mar. Y eso es lo que estaba haciendo aquella tarde. Estaba nadando de regreso a la playa cuando observé algo que al principio me pareció un despiste mío: estaba cada vez más lejos de la costa. Nadé otro poco y volví a comprobarlo. No había duda, me estaba alejando mar adentro.

En una reacción producto del miedo empecé a nadar con más fuerza hacia la costa. Pero en seguida me detuve. Estúpido, estúpido, nadar solo, tan lejos de la playa y dejarse llevar por el pánico. Un error detrás de otro. Lo que debía hacer era calmarme, quedarme flotando y ver si con suerte alguien, alguna barca aparecía por allí. Pero pasaba el tiempo, no se veía a nadie y empecé a pensar que ahí se iba a acabar la historia.

Cuando la chica asomó la cabeza fuera del agua un par de metros ante mí me dio un buen susto. No sabía de dónde había salido y mi primera impresión fue que se trataba de algún animal marino.

—¿Cómo estás?— me gritó.

Por un momento creí que me saludaba, tal era mi desconcierto. No. Me preguntaba por mi estado, allí perdido, en medio del mar.

—Bien pero muy cansado.

Se acercó. Recuerdo detalles sueltos. Pelo muy corto, gafas de natación, piel muy tostada por el sol, un bañador rojo. Parecía de constitución fuerte. Y un detalle onírico: llevaba un Seamaster en la muñeca izquierda.

—¿Puedes nadar?— preguntó.
—Creo que sí.
—Mejor, porque no creo que pueda arrastrarte. Escúchame bien. Vamos a nadar juntos. Nada muy, muy despacio. Si te cansas para un par de minutos, ponte boca arriba, echa la cabeza hacia atrás. La boca siempre fuera del agua. ¿Preparado?


Cuando vio que yo me orientaba hacia la playa me gritó:

—¡No, no, a la playa no, vamos hacia el faro!— El faro estaba mucho más lejos y más hacia el norte que la playa. Vio que yo iba a decir algo pero me interrumpió:

—Las corrientes, las corrientes. Tu nada hacia el faro, concéntrate en el faro.

Empezamos a nadar hacia el pequeño cabo donde sobresalía el faro con su torre pintada de bandas blancas y negras. Nadábamos despacio, yo marcaba un ritmo lento que podía sostener sin demasiado esfuerzo. Hice lo que suelo hacer para mantener la cadencia. Tararear mentalmente una canción que se acople al ritmo.

…I have loved you for a thousand years
I'll love you for a thousand more…


Cuando cogía aire por la derecha, por donde nadaba ella, podía verla como en fotogramas sueltos. Era muy alta, con el tipo de anatomía que moldea la natación intensiva. Avanzaba sin esfuerzo aparente, respirando de forma alterna por los dos lados, sin apenas agitar el agua, desplazándola como la proa de un destructor.

Empecé a notar como si tuviera los pies metidos en un cubo de agua helada. Tenía frío en la nuca. Me detuve y me quedé flotando. Ella avanzó un par de brazadas y se dio la vuelta.

—Me estoy quedando frío.
—No te detengas, tienes que aguantar y seguir moviéndote, aunque sea despacio. Mira, ya estamos muy cerca.


Miré hacia el faro y vi que tenía razón. Ahora lo veía mucho más cercano. Seguramente alguna corriente nos empujaba. Me dispuse a continuar pero entonces oi un estruendo y el mar se llenó de espuma a mi alrededor. Había algo sobre nosotros. Levanté la vista. Era un helicóptero inmóvil veinte metros por encima de nuestras cabezas. Cuando aun estaba sorprendido, apareció a nuestro lado una zodiac roja bastante grande donde se veía a tres hombres. Dos de ellos me cogieron uno por cada brazo y me sacaron del agua de un tirón. Y por la borda contraria subieron a la chica. Nos quitaron los bañadores sin contemplaciones y nos envolvieron en lo que parecía una manta de plástico de tacto extrañamente templado.

—¿Has tragado agua?— me preguntó uno de ellos.
—No, no, sólo estoy cansado.


Sacó de una pequeña nevera lo que parecía un rotulador y me lo clavó en un hombro.

—Es para la hipotermia. Verás que bien te sientes— Me acercó un termo. —Bebe esto. Es café con leche. Está un poco caliente.

Lo probé y no sabía a café. Seguramente tenía sal en la boca. Y tampoco estaba caliente.

Tumbados sobre el fondo de la embarcación, envueltos en aquellas mantas, la chica y yo parecíamos un par de rollitos de primavera. Se cruzaron nuestras miradas, la suya seria e inexpresiva, yo demasiado cansado para pensar qué cara poner o qué decir.

Cuando llegamos a la playa junto al faro había un despliegue de vehículos iluminados en representación de todos los servicios de emergencia conocidos. Nos pasaron a sendas camillas, a pesar de mi intento de ponerme de pie. No sé qué me habían inyectado pero para entonces me sentía como para volver a echarme al agua.

En el hospital me dijeron que sólo querían tenerme en observación, hidratarme con suero y esperar a que se me pasase el efecto de la inyección. Y así, al cabo de unas horas me dieron el alta. Me sugirieron pasar la noche en el hospital para mayor seguridad pero preferí marcharme.

Me llevaron hasta la puerta en una silla de ruedas y al pasar por la entrada pregunté a la enfermera de recepción por la chica.

—Está muy bien. Le dieron el alta y se fue a casa.

Pregunté quién era pero me dijeron que no podían darme información personal de los pacientes.

Quería tener tiempo para pensar en todas las preguntas sin respuesta, ¿cómo me encontró en medio del mar? ¿cómo es que llegaron tan pronto los guardacostas? Pero cuando salí del hospital había ya gente esperándome y no pude pensar mucho más.


*     *     *
 

En los días que siguieron pregunté por la chica aquí y allá y lo único que recibí fueron respuestas confusas. Algunos decían conocerla, sabían dónde vivía, parece que estaba pasando unas vacaciones en una casa del pueblo. Pero en la casa no había nadie que respondiera a su descripción. Otros decían que nunca la habían visto. Al final recurrí a la policía local. Expliqué que quería al menos darle las gracias ya que me había salvado la vida. Pero lo que me dijeron terminó por confundirme.

La policía había tratado también de localizarla para hacer un informe del incidente y lo que se habían encontrado es que la chica había desaparecido y que estaba reclamada por la Interpol acusada del asesinato de su marido.

Mi sorpresa fue mayúscula. Todo aquello parecía sacado de una novela de misterio barata. Di por sentado que nunca sabría nada más de ella. Y entonces pregunté, tenía que hacerlo:

—¿Y se sabe cómo murió su marido?